La luz dibuja la
sombra
Morfeo, el sueño,
Tánatos, la muerte.
Soy un claroscuro en
llamas.
Mi postura es
incómoda,
me pesan los gnomos,
me observan los caballos
y los ojos íncubos
que se esconden
tras la húmeda piel
de las tinieblas.
Soy el sueño que no
recuerda nada
pero lo sabe todo de
los monstruos.
Soy el melodrama que
abarca los extremos.
Soy el morboso efecto
nocturno de la sensualidad.
Soy la libertad de lo
creado: el romanticismo puro.
Estoy muerta y a la
vez vivo soñándote, Amor.
Soy la fantasía, la
postura extraña,
la belleza morbosa,
la calma, la angustia, el frenesí
o el sombreado
ardiente, la lujuria en calma,
el espacio habitado,
lo tridimensional,
el “Claro de Luna”
o el “Sueño de una
noche de verano”.
Pero tal vez no, no
soy música…
Soy “El sueño
despierto” de Rossetti.
Me acurruco entre
“Los Niños dormidos” de Rubens.
Formo parte de ese
“Sueño de Amor” de Liszt
o el atormentado, de
Fuseli.
No. No puedo. No debo
desvelarme
porque tengo todo el
derecho a soñar contigo, Amor.
A soñar el instante
de ser Mujer y agonizar placeres
en esta mente de
Fuseli.
Y no me asusta el
demonio
porque transciendo en
la mirada de lo interminable.
Porque me miro hacia
adentro y sé que estás conmigo.
Soy la fantasía en
tus labios
Soy lo que queda de “Las mil y una noche”
y todavía trasciendo
en la razón de “La vida es sueño”
-que disculpe
Calderón mis maneras-
Pero no dejo de soñar
el sueño, el día, la noche, su mirada,
la tuya, Amor, la de
ellos, la que me cautiva
tan nuestra, siempre,
siempre nuestra,
hacia adentro.
©Julie
Sopetrán